O cotidiano de nossas atividades / La cotidianeidad de nuestras actividades
Resumo
Todas las personas construyen sus vivencias a partir de experiencias particulares,
tanto nuevas y sorprendentes, como repetidas y rutinarias. Para integrar éstas en la vida
de cada uno, se necesitan conceptos, pues los conceptos permiten guardar y retener
las experiencias incluso cuando éstas ya se han desvanecido (KOSELLECK, 2004).
Concebir o comprender hace que las personas, por su propia condición, necesiten
el lenguaje para moverse, mirar, escuchar, recordar, desear o esperar algo y, por tanto,
para actuar (KOSELLECK, 2004; PELOQUIN, 2007).
Se necesitan conceptos para saber lo que sucedió, para almacenar el pasado en
el lenguaje y para integrar las experiencias vividas en capacidades lingüísticas y
comportamiento (KOSELLECK, 2004).
Gracias a ello podemos entender lo que ha sucedido y estar en condiciones de
adaptarnos a los desafíos del pasado. De este modo podemos prepararnos para los
sucesos venideros o, incluso, anticiparnos y evitar que tengan lugar (KOSELLECK,
2004; PELOQUIN, 2007).
Posteriormente, podríamos ser capaces de relatar lo sucedido o de contar la historia
de las propias experiencias. Es decir, no hay experiencias sin conceptos y, por supuesto,
no hay conceptos sin experiencias (KOSELLECK, 2004).
El concepto de ocupación (MORUNO MIRALLES; TALAVERA VALVERDE,
2011), tan nombrado en nuestro léxico profesional, no escapa a estas realidades.
Las constantes definiciones (MORUNO MIRALLES; TALAVERA VALVERDE,
2011) a las que ha sido sometido, la cantidad de análisis realizados, las veces que
se ha deconstruido (TEIJEIRA SANTIAGO, 2011), nos lleva a identificar una de
sus características: su maleabilidad del concepto (ROSA RIVERO; FERNANDA
GONZÁLEZ; BARBATO, 2009), entendida como la capacidad de darle forma sin
llegar a quebrarlo (PÉREZ MIRANDA, 2008).
Así, la evolución conceptual no consistiría tanto en aumentar el número de verdades
que conocemos, sino más bien en la deconstrucción, extensión o cambio de un
sistema conceptual por otro, más adecuado, que nos ayude a una mejor comprensión
del mundo (PÉREZ MIRANDA, 2008). Situación ésta que se torna relevante en
nuestra disciplina, ya que es sobre la evolución de los conceptos, y el concepto que
evoluciona, son las unidades básicas, e imprescindibles, sobre las que descansa y se
articula nuestro conocimiento científico (PÉREZ MIRANDA, 2008). Por tanto,
cualquier aspecto que haya de experimentarse, conocerse y comprenderse debe ser
previamente conceptualizado.
El término ocupación, que al igual que el resto de las palabras nombradas por el
léxico de una cultura (PELOQUIN, 2007; MORUNO MIRALLES; TALAVERA
VALVERDE, 2011), evolucionan para aprehender una idea, tiene que tener, al igual
que el lenguaje, entre otras las características, la de ser activo y receptivo. Activo en
la en la percepción, en la cognición y en el conocimiento de las cosas y receptivo, ya
que la propia realidad no se deja atrapar bajo un mismo concepto todo el tiempo,
sino que invita a una multiplicidad de nombres y de denominaciones susceptibles de
aplicación a un mundo cambiante. Es decir cada palabra puede tener una multiplicidad
de significados que se van adecuando a la realidad mudable (KOSELLECK, 2004).
En esta evolución conceptual e intercambio de contenido, el termino ocupación sufre
cambios y ajustes, está en constante evolución y transformación, bajo la influencia de,
entre otros, acontecimientos externos (TALAVERA VALVERDE, 2012). Podríamos
por tanto afirmar que algunos rasgos de este concepto cambian rápidamente, mientras
que otras se transforman más despacio y muchas permanecen inalterables. Queremos
decir con esto, que aunque el concepto de ocupación presente una condición de
mutabilidad, existen condiciones y estructuras de éste que se repetirán de forma más o
menos continuada, perdiendo algunos durante su desarrollo conceptual y reforzando
otros que pasarán a conformar su significado (KOSELLECK, 2004; TEIJEIRA
SANTIAGO, 2011; ROSA RIVERO; FERNANDA GONZÁLEZ; BARBATO,
2009; PÉREZ MIRANDA, 2008).
En esta evolución, por tanto, no podemos obviar, términos afines de los cuales
se nutre este concepto, tales como: contextos y entornos (ÁVILA ÁLVAREZ et al.,
2010), cultura (MOLANO, 2007), identidad (TALAVERA VALVERDE, 2008),
agencialidad (PÉREZ MIRANDA, 2008), significación, propósito o fin entre otros.
Por todo lo anterior, y si relacionamos todos los términos (TALAVERA VALVERDE,
2012) mencionados en el párrafo anterior, observaremos que el lugar en donde estamos
es el que conforma nuestra identidad y lo que hacemos. En este caso y siguiendo
la evolución de conceptos tales como ocupación, significación, cotidianeidad, y
concatenando sus significados, llegaremos a entender que el concepto de ocupación
y significación (MOLANO, 2007) es darle valor a lo que en lo cotidiano realizamos.
Esta expresión, que por sencilla parece entenderse (TALAVERA VALVERDE, 2012),
resulta difícil de gestionar en algunas prácticas vinculadas a la terapia ocupacional.
Con esto queremos decir, que en ocasiones, no somos conscientes de que las personas
que llegan a nosotros, acuden, entre otras, con la intención de recuperar el desempeño
de su ocupación y que llegan de un entorno o contextos influenciados por una cultura,
nombrada por un concepto que evoluciona. Si entendemos esta conexión (BROWN,
2013), lo primero que tendremos que hacer es mirar hacia lo más macro de esta
situación que sin duda es la cultura.
Siendo parte de ella, comprendiéndola y sobre todo entendiendo lo que este
término significa en nuestras vidas, seremos capaces de desmenuzar las actividades
significativas que la persona desarrolla en su día a día dentro de un determinando
contexto y entorno (ÁVILA ÁLVAREZ et al., 2010).
Por ese motivo, muchos terapeutas ocupacionales, describen como pieza fundamental
de la intervención, la búsqueda de un proceso de conocimiento de las dimensiones
personal, social y cultural, donde seamos capaces de poder aprender de ellas, para poder
entender las necesidades de las personas que con las que trabajamos, desarrollando
su trabajo de forma constante en promover el desarrollo de las actividades cotidianas
(BROWN, 2013; HAMMELL, 2004) en las personas, que por ser cotidianas forman
parte de su vida.
Es en este momento cuando es necesario que seamos capaces de relacionar
conceptos, tales como actividad significativa (BROWN, 2013; HAMMELL, 2004) y
actividad cotidiana (WILCOCK, 1998; DE PABLOS; GÓMEZ LÓPEZ; PASCUAL
MARTÍNEZ, 1999; CUÉLLAR, 2009; REIF; LARKIN, 1994). Ambos son parte
de nuestra realidad, ya que conforman el patrón de actividades que desempeñamos
en nuestro día. Así, la cotidianeidad (WILCOCK, 1998) de nuestra acción, nos lleva
a la significación (HAMMELL, 2004; WILCOCK, 1998) y viceversa, Es decir, una
actividad que desarrollamos de forma cotidiana o significativa, por ende, es significativa
o cotidiana, que no gratificante, aunque puede serlo (WILCOCK, 1998).
Es por eso, que autores como, Brown (2013), Hamell (2004), Wilcock (1998) Moruno
Miralles y Talavera Valverde (2011), establecen una relación entre el desempeño de
estas actividades y su efecto en la salud.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, podemos por tanto corroborar que nuestra
intervención se circunscribe a los principios de la “practica centrada en la persona”
(BROWN, 2013), en donde podemos compartir con ella la responsabilidad,
accesibilidad y la flexibilidad, la coordinación y la integración de sus cotidianeidades,
de las actividades diarias que son relevantes y significativas. Siendo, por tanto, nuestra
prestación de servicios de colaboración, asesoría, respeto e igualdad entre todas las
personas (BROWN, 2013).
En resumen, si esta correlación se mantiene, si el desarrollo de actividades cotidianas
y significativas se establece, si somos capaces de ver la dimensión de esta realidad,
podremos ver como el termino ocupación, varía no solo en función de la persona, si
no de la relación, entre otros, con su entorno, contexto, cultura e identidad.
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